Capítulo I. Anormalidad de costumbre.
En las grandes potencias
económicas y militares de nuestro pequeño mundo, en un abrir y cerrar de ojos una
catástrofe mundial las dejó casi completamente en ruinas. Nadie sabe bien
porque, pero los rumores y lo que decían los noticieros por internet y
televisión es que hubo un brote de un virus mortal. Las especificaciones de tal
virus eran muy complejas en definitiva y para ahorrar tiempo se puede decir que
era poco lo que se decía en realidad de aquel virus, pero lo que si repetían en
todos los medios informativos no formales, era que no solo mataba a su portador sino que le
reanimaba ya muerto, lo volvía un zombi, en una máquina de matar, de comer
carne y que en algunos caso mutaba al sujeto portador del virus, y que las
mutaciones en algunos casos eran criaturas tan espantosas como letales, salidas
de las peores pesadillas. Se oían millones de historias distintas., mutaciones
de animales, supuestas desapariciones de ciudades enteras por explosiones de
bombas nucleares, historia de sobrevivientes, la muerte de muchas celebridades,
etc. Ese tema daba para millones de historias distintas, casi todas
transmitidas de boca en boca, el silencio de los gobiernos respecto al tema era
inaudito al punto que ya nadie sabía bien que pensar.
Varios de los rumores decían
que en algunos casos, habían mutado los infectados en monstruos difíciles de
describir, animales y seres horrendos, inimaginablemente poderosos y letales.
Los muchos gobiernos del mundo culpaban a las potencias del mundo en su
búsqueda maldita de nuevas formas de destruir la vida, las potencias culpaban a
los terroristas, los religiosos al diablo. Todos tenían a quien culpar, unos
pocos sabían la verdad, unos pocos relacionaban aquella hecatombe con la
compañía Umbrella.
La ironía llego al tope
cuando los ciudadanos de estos países que se consideraron paraísos en la
tierra, acostumbrados a ver a los ciudadanos del resto del mundo como
inferiores, con ciudades amuralladas, ejercitos infinitamente armados, sin nada
que temer; ahora lloraban en las fronteras de los pocos países subdesarrollados
a los que aún no había llegado aquella pandemia para que les dejaran
entrar y tratar de escapar de la muerte que avanzaba a velocidad apocalíptica.
Así fue como Edgar un militar de las Guardia Nacional
Bolivariana, un hombre
joven de muy poca lectura, de vocabulario bastante simple y de actitud
agrandada por el uniforme, estaba en una de las “unidades de
cuarentenas”, estas unidades obligaban a los
inmigrantes que lograban entrar en el país, a que pasaran a la “unidad
de cuarentena”, donde médicos y expertos, nacionales
y extranjeros, sometían a los recién llegados a una serie de pruebas, antes de
darle la tarjeta verde para pasar a nuestro país. Por otra parte si les daban
una tarjeta roja eran retrasmitidos a otro lugar para ser “tratados”.
Se escuchaba entre rumores y
cuentos de caminos, que los militares por veinte mil dólares, dejaban pasar a
los inmigrantes sin la cuarentena necesaria, sin revisión, básicamente les
dejaban pasar y ya. Cosa que el gobierno fingía ignorar y que negaba
públicamente, pero que por supuesto no lo hacía, de hecho, los cargos más altos
se quedaban con gran parte de esos veinte mil que recolectaban.
Por otra parte tenían un
escuadrón de asesinos que disfrazaban de hampa común (ladrones de baja monta),
pues no eran tan idiotas como para arriesgarse a dejar pasar a un enfermo que
infectara a la gente, no porque se preocuparan de la gente sino porque en aquella
realidad tan nefasta, sus hijos y sus familiares de hecho, tenían que vivir en
el país, el enviarlos al exterior a disfrutar de los que ellos robaban ya no
era una opción. Ya no había países en el extranjero donde mandar a los
familiares de los políticos y de los más adinerados, ahora solo había bunkers
resguardado por mercenarios.
***
Edgar fue ese día a trabajar
con un ligero dolor de cabeza pues había pasado la noche bebiendo y bailando. Si, así eran muchos en
aquellas tierras, el mundo se cae a pedazos pero si alguien cumple años, pues
que les den alcohol y pongan música, y el mundo que si quiere que se vaya al
carajo. O como es que en medio de tantos problemas sociales, corrupción y
noticias aberrantes la gente seguía sonriendo y diciendo que nada estaba
bien pero que al menos seguían vivos.
Desde la caída del internet, un
par de años después del gran brote, las pocas estaciones de radio que aún
seguían operando transmitían algunos mensajes desesperados llamando a tomar medidas
preventivas para evitar la hecatombe zombi en aquellas tierras, las otras solo
transmitían casi exclusivamente propaganda política y una buena pachanguita
para que la gente siga bailando.
Si, sé que es absurdo que en
medio de un apocalipsis zombi, haya algún gobierno bananero tratando de vender
la idea de que ellos siguen luchando por la gente, y que sin ellos estarían
perdidos, cuando la verdad era que ellos utilizaban el ochenta por ciento de
los recursos en lujos propios innecesarios y el otro veinte en
propaganda y represión, pero que se puede decir, así son algunos de nuestros
gobiernos bananeros salvadores de la humanidad y la gente que los soporta.
Habían arrestos por todos
lados, fusilamientos sin juicios previos, la gente desesperada por la
escasez de comida, cortes casi a diarios de la energía eléctrica, y solo los
lugares con asentamientos políticos o militares tenían
energía eléctrica, los demás en penumbras, velas o lo que sea; el agua corriente solo se
encontraba en algunas partes privilegiadas, los demás tenían que ir a los ríos
o donde fuese que consiguieran. La situación no era muy diferentes a los países
arrasados por la mega pandemia, solo que, al menos aquí en Valle Alegre, no
habían zombis, o mutantes. Si, los índices de criminalidad eran abismales, la
situación era tan caótica como el cualquier parte
del mundo, solo que no por muertos vivientes, sino por mala a administración, corrupción, egoísmo y una ignorancia generalizada y
blindada.
Edgar estaba casado y tenía dos hijos con
la que él llamaba su esposa (pero con quien nunca se había casado), en su casa
habían tres niños, dos hijos de él y una hija de ella que había tenido con otra
pareja. Carlos tenía otros cuatro hijos con otras dos mujeres, dos eran mayores
que los hijos con su actual pareja Yelitza y dos eran contemporáneos, ósea que
embarazo a la que era su mujer a Yelitza y a la querida al mismo tiempo, por
cierto la querida era prima de Yelitza, Jessica. Su primera esposa murió en
manos del hampa y su suegra y se había llevado a los hijos de Edgar al
exterior, desde hace un mes él no había sabido nada de ellos.
Si, sé que es un poco
engorroso y caótico pero que te puedo decir, es un apocalipsis zombi. ¿Qué
esperaban?
Se había un montón de mujeres
barrigonas, en realidad las mujeres en edades fértiles, ósea desde la primera
menstruación en adelante, estaban embarazadas, no habían hospitales, fábricas
de pañales, de talco, pediatras o padres responsables, ni nada por estilo; pero
eso no le quitaba el libido a los habitantes de Valle Alegre, de hecho, se
había hecho común el pensamiento de que estábamos en las puertas del fin de la
humanidad así que, había que aprovechar. ¿Qué? ¿Buscar una cura? ¿Levantar
muros? ¿Invertir tiempo y esfuerzo en capacitarse en supervivencia? ¿Quitarse de
encima el gobierno bananero? No, había que aprovechar
para, ya sabes, tirar. Si ¿Qué te puedo decir? es un apocalipsis zombi tenían
que disfrutar el poco tiempo que les quedaba.
Edgar con el dolor de cabeza
de la resaca acababa de llegar al aeropuerto en el que debía prestar servició.
Debía estar a las siete de la mañana y a esa hora estuvo, bueno a las siete y
veinticinco que es casi lo mismo. Llegó, firmo la lista de asistencia mintiendo
en la hora, obvio los veinte tantos minutos de retraso, dejó el cuaderno en su
sitio y se fue directo a la cafetería a desayunar, estuvo en su puesto, en el
que debía estar a las siete en punto a las nueve, y sin ningún tipo de
vergüenza, pues el supervisor llegó a las once, así que no notó su ausencia.
Sé que
suena descabellado tratar de seguir funcionando con normalidad en medio de un
apocalipsis zombi, pero antes del apocalipsis estaba instaurada una dictadura
comunista, y la verdad es que estaba el país estaba casi igual que antes del brote ósea casi completamente en ruinas pero de alguna forma ellos
habían encontrado la manera de aceptarlo y acostumbrarse. Así que cuando llegó
el brote pandémico, la cosa no cambio mucho para los habitantes de Venezuela.
Les llamaron para contener a
los inmigrantes que llegaban en el aeropuerto, básicamente las labores de las FANB eran esas, servir de
contención en el aeropuerto, represión a los desesperados por hambre que
llamaban apatridos insurgentes, cosas del tipo dictadura a las que para
desgracia ya estaban acostumbrados.
Fue junto con unos compañeros de milicia, estaba un montón de gente
agolpada en el aeropuerto siendo retenida por barreras de metal y alambres de
púas, las que antes usaban para reprimir las protestas y esas cosas que los
gobiernos comunistas y no comunistas les cuesta
tolerar. Militares
con rifles tipo FAL resguardaban que nadie excediera los límites, dando golpes
y quitando aquí un celular, allá una gorra, por aquí un reloj, etc. Otros
tenían escopetas, rifles de asalto, revólveres calibres treinta y ocho, porras, cuchillos, etc.
Edgar llegó a su puesto o
donde le indicaron a gritos que debía colocarse y en medio de esa masa
apretujada de gente se fijó en
una hermosa chica de cabello negro y ojos azules, se le veían grises, quedo
como hipnotizado por un par de minutos, él había visto mucha gente hermosa en
toda su vida pero aquella cara, aquellos ojos, aquella perfección lo dejaron atónito.
Se decidió en ese mismo segundo que la
quería montar… en un carro y ayudarla. No sabía porque pero aquella mujer le
parecía demasiado hermosa y se sentía obligado a colaborarle y que aquello lo
llevara a donde sea pero con que sea con ella. Que lindos serían unos niños
suyos con aquellos ojos hermosos. Pensaba mientras le hacía señas con la
mano para que se le acercara. No fue fácil
tuvo que abrirse paso a codazos, entre la gente. Al acercarse le hablo con un
inglés de acento británico, Edgar con un inglés de secundaria venezolana no le
entendió ni una sola palabra. Pero a través de mucho esfuerzo y señales se hizo
entender y logró sacarla de ahí.
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